Oramos por mantenernos sobrios, centrados o solventes. Cuando el tumor parece maligno. Cuando el dinero se acaba antes de que termine el mes. Cuando el matrimonio se desmorona. Oramos.
¿Pero acaso no nos gustaría orar más? ¿Mejor? ¿Con más intensidad? ¿Con más fuego, fe o fervor?
Sin embargo, tenemos hijos que alimentar, facturas que pagar, plazos de entrega por cumplir. El calendario se abalanza sobre nuestras buenas intenciones como un tigre sobre un conejo. ¿Y qué me dices de los altibajos en nuestra historia de oración? Palabras inciertas. Expectativas sin alcanzar. Peticiones sin respuesta.
No somos los primeros en tener problemas con la oración. Los primeros seguidores de Jesús también necesitaron orientación sobre la oración. De hecho, el único manual de instrucción que pidieron fue sobre la oración.
Y Jesús les dio una oración. No un sermón sobre la oración.